Jardines colgantes de Babilonia. Irak.

Uno de los parques más antiguos de los que tenemos constancia teórica serán los Jardines Colgantes de Babilonia (Bab-ilim (ciudad del cielo) Babel), considerados una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo y la única cuya ubicación no ha sido establecida definitivamente. Creados sobre el año 600 a.C. se cree que estaban cerca de la actual ciudad de Hilla en Irak, pero incluso no hay constancia de que realmente existieran. Creados por el Rey babilonio Nabucodonosor II, hay muy pocas constancia escritas de ellos (Beroso, Estrabón, Filón de Bizancio, Diodoro de Sicilia o Quinto Curcio Rufo), y las pocas que existen llaman a dudar de si hablan de unos jardines reales o unas formas poéticas y románticas de lo que sería el ideal de unos jardines orientales de la época.

Eran unos jardines construidos a orillas del río Éufrates del que aprovechaban sus aguas para regar a través de diversos sistemas de acueductos y canales hasta llevar el agua a los jardines por los que los hacían discurrir y caer, pues aquellos parques orientales empleaban el agua como un elemento más de los jardines, para refrescar la zona y crear microclimas tanto para las especies vegetales como para las personas que eran invitadas a verlos. Como fueron una jardines construidos en honor de amores que venían de otras tierras que no eran planas como Irak, se construyeron parcialmente en vertical, jugando con los relieves de la zona y utilizándolos como aliciente para darles formas en alto, desde donde caían cascadas de agua.

Se dice que además de palmeras datileras como en todo oasis de aquellos territorios, había árboles frutales. muchos arbustos no conocidos en la zona y flores de todos los colores, lo que nos hace pensar en un gran trabajo de jardinería, dado el gran calor de la zona en más de medio año. Para mantener todo el parque se había instalado en lo más alto un gran depósito de agua al que subían el líquido con una especie de enorme noria y que era el mecanismo que lograba los efectos visuales, creando cascadas y regando todo el conjunto, que en forma de balcones o terrazas se distribuía por una gran extensión.


Aquel parque o grandes jardines (para la época) era de un tamaño más bien pequeño, parece ser que no superaría en mucho los 100 metros de lado en un cuadrado construido junto a la residencia del Rey, y eran de acceso restringido, no eran públicos y solo las personas invitadas por la casa real podían acceder a contemplarlos. Cerrados con una doble muralla, eran no obstante contemplados desde fuera por los esclavos y ciudadanos pues las copas de los altos árboles sobresalían desde su interior.

Nos dijo Estrabón: “Éste consta de terrazas abovedadas alzadas unas sobre otras, que descansan sobre pilares cúbicos. Éstas son ahuecadas y rellenas con tierra para permitir la plantación de árboles de gran tamaño. Los pilares, las bóvedas, y las terrazas están construidas con ladrillo cocido”

Se han descubierto cerca del río Éufrates una construcción que asemeja gruesas paredes de unos 25 metros de espesor, con irrigación, pero que se encuentran a varios cientos de metros de distancia del actual cauce del río Éufrate. Podrían ser los restos de los Jardines de Babilonia pero para ello deberíamos admitir que el cauce del río se ha movido una gran distancia en siglos 25 siglos, lo cual tampoco es imposible.

Aquellos jardines no duraron más de dos siglos, pues los cambios de reyes y de zonas de influencia en la zona los condenaron al abandono.

Como viajero incansable el ingeniero Filón de Bizancio (280-220 a.C.), nos narra cómo eran aquelos teóricos los Jardines colgantes de Babilonia en su obra ‘Siete Maravillas de la Antigüedad’: Crecen allí los árboles de hoja ancha y palmeras, flores de toda clase y colores, y, en una palabra, todo lo que es más placentero a la vista y más grato a gozar. Se labra el lugar como se hace en las tierras de labor y los cuidados de los renuevos se realizan más o menos como en tierra firme, pero lo arable está por encima de las cabezas de los que andan por las columnas de abajo. Las conducciones de agua, al venir de las fuentes que están a lo alto, a la derecha, unas corren rectas y en pendientes, otras son impulsadas hacia arriba en caracol, obligadas a subir en espiral por medio de ingeniosas máquinas. Recogidas arriba en sólidos y dilatados estanques, riegan todo el jardín, impregnan hasta lo hondo las raíces de las plantas y conservan húmeda la tierra, por lo que, naturalmente, el césped está siempre verde y las hojas de los árboles que brotan de tiernas ramas se cubren de rocío y se mueven al viento. La raíz, nunca sedienta, absorbe el amor de las aguas que corren por doquier y, vagando bajo tierra en hilos que se entrelazan inextricablemente, asegura un crecimiento constante de los árboles. Es un capricho de arte, lujoso y regio y casi del todo forzado por el trabajo de cultivar plantas suspendidas sobre las cabezas de los espectadores.