Pero cuando el calor sube más de lo normal en ciudades muy calurosas, y los termómetros se disparan y superan los 30º C, los parques y zonas verdes de estas ciudades pasan de refugios naturales a convertirse en pequeñas trampas de contaminación, según concluye un estudio reciente efectuado por investigadores de la Universidad Humboldt (Alemania).
Toda la vegetación —también la urbana— libera compuestos orgánicos volátiles a la atmósfera como el isopropeno y los terpenos. Compuestos que reaccionan con los óxidos de nitrógeno (los muy negativos NOx) emitidos por los tubos de escape de los vehículos, produciendo ozono a nivel de superficie, además de partículas en suspensión similares al hollín.
Estas últimas dificultan la respiración; en tanto que el primero es un gas inodoro que resulta irritante, y tóxico en concentraciones relativamente bajas para el ser humano.
Estas 'indeseables' reacciones se dan siempre pero en pequeña cantidad. Cuando las temperaturas alcanzan valores superiores a los referidos 30º C, las emisiones de compuestos volátiles se maximizan (por decirlo de alguna forma, al igual que nosotros sudamos más intensamente, las plantas exudan más) y en consecuencia la concentración de ozono en la superficie se incrementa hasta en un 60% más, con el peligro que eso entraña.
La solución planteada por los investigadores no es prescindir de zonas arboladas, sino de los vehículos emisores de los NOx. Al menos en épocas estivales de fuerte temperatura. Alejar el tráfico de las zonas verdes es imprescindible, y sobre todo prohibir su circulación en los interiores de estos parques.
Una razón más para que los ayuntamientos restrinjan el tráfico en los núcleos urbanos. Y también para apostar por los vehículos eléctricos y/o las bicicletas.