Las zonas verdes urbanas pueden a veces ser símbolos de un barrio, y por ello tener un valor sentimental y con ello real, mucho mayor que su superficie o su calidad como zona verde. Esto no sólo deben detectarlo los urbanistas y políticos, sino atender las necesidades de los vecinos de la zona, que incluye el trato “diferente” a estas pequeños espacios.
Pocos zaragozanos saben que existe una zona verde en Zaragoza, conocida como “El triángulo o El Quesito” de un especial cariño para sus vecinos. Se encuentra en la Urbanización Ríos de Aragón al final de la Avenida Cataluña que engloba varias calles creadas en los primeros años 80, un espacio verde que no llega a los 250 metros cuadrados de superficie. Está rodeado en la actualidad de un parque bastante grande y del río Gállego, de los que hablaremos en otro momento. Pero este pequeño espacio tiene personalidad propia.
Cuando todo este barrio se creó en un nuevo espacio urbano recuperado a la nada o de la Zaragoza industrial, el famoso “Quesito” fue la única pequeña zona verde que se les entregó a los vecinos de todas estas calles. No existía el parque actual, que vino muchos años después, y aquellos poco más de 250 metros servían de lugar de reuniones, de tertulias, de hogar social.
Han sido varias veces las que los políticos y los técnicos les han (hemos) prometido (sin cumplir) un adecentamiento, pues al crearse el parque se quedó este espacio como estaba, integrado en el parque pero sin arreglar. Los vecinos piden un trato especial para un pequeño espacio, que recuerde su importancia. Una fuente, un tipo de tratamiento que lo diferencie del resto, un pequeño monumento, un tipo de mobiliario urbano distinto, etc. Algo que lo ponga en valor sentimental para todos, incluidos los nuevos vecinos.
Traigo esta pequeñísima zona verde como ejemplo de que los parques, las zonas verdes, el urbanismo, es sobre todo y también sociología. No se entienden las ciudades sin un componente social, psicológico, de convivencia, de sentimientos, incluso de amor hacia el espacio. El valor de cada una de las cosas que configuran nuestra vida urbana no lo marca ni el tamaño ni la importancia que se lo quiera dar desde la artificialidad. Lo marca el sentimiento, las sensaciones, los recuerdos. Y aquí la sociología tiene mucho que decir.