La necesidad de dotar a las grandes ciudades de parques urbanos surge a partir de la mitad del siglo XIX, cuando las sociedades que se asentaban en las industriales ciudades que habían crecido dejando cada vez más alejada la naturaleza y el silencio, acudían a todo espacio verde y amplio en búsqueda de tranquilidad y paz de ruidos y bullicio urbano. Generalmente a los cementerios, que eran espacios abiertos, con naturaleza vegetal y con tranquilidad para olvidarse del ruido e incluso los olores urbanos.
Pero estos espacios no suelen surgir —al menos en Europa— desde espacios recuperados al urbanismo de edificación, sino que suelen ser adaptaciones de grandes jardines o espacios naturales adscritos a palacios reales o de grandes familias, que en algún momento venden al Estado o a los Ayuntamientos de sus ciudades, o los donan a cambio de impuestos o situaciones similares. Es cierto que en algunas de estas actuaciones del urbanismo se recuperan zonas aledañas para dotar a los de forma geométrica uniforme, y así dotarlos de mejores servicios. Pero en la mayoría de los casos, empiezan siendo espacios de recreo privado y grandes familias, que pasan a ser propiedad pública.
Dejo una imagen donde podemos ver en igual proporción el tamaño de tres de los parques urbanos más conocidos del mundo. El Central Park de New York (arriba), el Hyde Park de Londres (abajo) y el Parque del Retiro de Madrid (en medio).
En Zaragoza tenemos los ejemplos del Parque Bruil, Parque Torre Ramona o Parque Castillo Palomar, que nacen aprovechados unos espacios de los que ya eran zonas verdes privadas que por diversos motivos pasaron a ser públicos. Incluso parte del Parque Tío Jorge también se construyó sobre espacios privados recuperados para la ciudad a cambio de negociaciones junto a espacios públicos.
El urbanismo de las ciudades toma la decisión de humanizar las grandes urbes metiendo los espacios verdes dentro de las zonas urbanas o dando un sentido público a las grandes islas verdes que ya existían dentro de estas asentamientos de población que iban creciendo y se sometían a su propia competencia entre ciudades, espacios que si hasta entonces existían eran de carácter siempre privado.
Se intenta que las ciudades sean lugares para que durante cinco o seis días sirvan de asentamientos para el trabajo y el consumo, y durante uno o dos días a la semana tengan la posibilidad de ser espacios para la cultura y el disfrute, acercando la naturaleza a las personas y dotando de grandes espacios libres y públicos a las mismas, para fiestas y acontecimientos de disfrute personal. También como forma de crecer en calidad urbana, de intentar ser unas ciudades más humanas.